Hoy Chile está haciendo historia y no sólo nacionalmente. Las mujeres, cansadas de un sistema desigual que las vulnera sistemáticamente, han dicho: basta, y se han levantado en masa frente a este sistema patriarcal. Desde escuelas, universidades y todos los espacios de la esfera social, se han organizado exigiendo las reivindicaciones urgentes y necesarias que precisan para dignificar su calidad de vida. Cabe destacar, eso sí, que este levantamiento no es algo aislado en los procesos sociales y políticos de todas las sociedades, pues cada una de las conquistas y de los derechos consagrados de las mujeres han sido el resultado de años de batallar y de organizarse.
Sin embargo, esta lucha por la igualdad de género, y por la construcción de una cultura no sexista, no ha estado ajena a polémicas. Al contrario, ha sido fuertemente criticada y cuestionada, tanto en forma como en fondo, por parte de, principalmente, los hombres. Esto, para mí, no hace más que evidenciar el miedo y el rechazo a renunciar a los privilegios de género. En nuestro país las mujeres no tienen plena autonomía sobre su cuerpo, ganan en promedio un 30% menos realizando las mismas labores, les cobran más por planes de salud sólo por estar en edad fértil, se les impone la maternidad, tienen menor acceso a los espacios dirigenciales y de poder, son acosadas en la vía pública desde que son niñas y, lo más duro, son golpeadas, violadas y asesinadas cada día. La situación de confort masculina, en cuanto a género, se sustenta justamente en la opresión y vulneración de la mujer. Desde esto, ¿por qué los hombres creen que tienen el deber de juzgar los métodos y las banderas levantadas por el feminismo, y si consideran que estas son válidas o no? La respuesta es sencilla: porque están acostumbrados al protagonismo.
El cambio cultural que necesitamos para desarraigar este sistema patriarcal y neoliberal imperante es tarea de todas y todos, no obstante, la conducción del movimiento le corresponde y compete exclusivamente a las mujeres. Si bien los hombres también asumimos un estereotipo de género que nos violenta, seguimos estando situados desde la comodidad, y nuestro rol dentro de la lucha por la igualdad de género debe ser la de respetar, acompañar, apoyar y cuestionar nuestros privilegios.
Si nos movilizamos en contra de las injusticias sociales como lo es la desigualdad de clases, no podemos contradecirnos replicando otra forma de subyugación. Una sociedad sólo avanza cuando todas y todos trabajamos en conjunto, colaborativamente y sin valernos del otro.
¡A construir una sociedad libre de toda forma de dominación!
Mauro Mura
Escritor – Profesor
Fotos:
El País/ Publimetro/ Feminista Ilustrada